CARTA PARA OLVIDAR CON CIERRE EMOCIONAL COMPACTO
Qué fácil hubiera sido, amor, decir la verdad desde el principio. Qué fácil hubiera sido, decirlo, por ejemplo en el patio. Acuérdate, bajo el sol del final del invierno, sobre las baldosas partidas y el polvo de las plantas, allí, cerca de las plantas y algunas hojas muertas, sin que nadie nos viera, sólo el cielo que había sobre nuestros pensamientos, más despejado que de costumbre, y el aire amable que mecía nuestro pelo, casi dormido, como si fuera hierba alta. Decirlo, por ejemplo, después de un beso, mis ojos absortos en los tuyos, en tus labios voluptuosos y frescos, en cómo se mueven al decir cualquier palabra.
Me lo podrías haber dicho de manera entrecortada quizás, despacio, dejándote interrumpir por el ruido de alguna moto pasar a lo lejos, una persiana que se baja bruscamente, un trozo de metal que se cae en un balcón vacío, una rama cercana que cruje. Me lo podrías haber dicho acariciándome la cara, por más que no lo hubiera entendido, como no lo entiendo ahora.
Pero al menos me quedaría la prueba de que fuiste real.
Y existió.
Existió cada explosión que sentí al decirme “ya llego”, al esperarte apenas unos minutos siempre largos, al verte venir y acercarte. Existió cada borrachera mientras nos besábamos. Existió cada cima al tocarnos y sentirnos adentro. Existió cada triunfo al decirme lo que sentías. Existieron tus miradas completamente alienadas de pasión y ternura, cada promesa, cada sonrisa que era como una lanza de punta de fuego atravesando mis tripas, y existieron cada uno de los minutos que me dijiste “me encantas”.
Sabría ahora entonces que podrías volver cualquier día, y da igual si yo ya no te estuviera esperando. Este desgarro se iría cerrando con la esperanza de volver a encontrarme de nuevo con aquel hechizo que era tu diminuta y omnipresente presencia, tu voz dulcemente rajada, tu carne caliente y trémula, tu olor a manzana, tu mano morena en la mía, rodeando con la yema de tus dedos mis uñas.
Pero no podía ser.
Tú no podías decir la verdad.
La verdad era una cloaca tan honda e infecta como la maraña absurda de tus pensamientos.
Es cierto que las personas suelen irse de puntillas, en una especie de noche silenciosa mientras dormimos, cuando ya nos han dormido, mientras creemos que estamos abrazados a ellos, o que nos están respirando en la nuca, y la mañana vendrá tarde, porque el día siguiente será un cálido y reconfortante día festivo. Pero al igual que la muerte, nunca sus señales son suficientes, y aparece súbita e implacable, cruel.
Déspota.
Diría así que tú te fuiste en mitad de la madrugada, una madrugada tibia. Diría que al levantarme me dí la vuelta para cogerte y sólo había una sábana sucia y arrugada y llena de pelos. Diría que sentí caerme de golpe de un lugar muy alto, diría que todo fue un sueño, diría que me sacaste las vísceras, diría que me decapitaste.
De pronto, sólo la pesada y asfixiante ausencia. El más voraz de los agujeros. El sinsentido, la niebla, lo negro.
Y no tuve respuestas.
Pero las encontré.
Las encontré súbitamente en mis recuerdos: En el día que dijiste tal cosa, otro día que callaste ante tal pregunta, algo que chirrió ya en su momento, autoconvencimientos forzados y extraños en voz alta, cosas que nunca te pregunté y respondiste a solas y parecieran pensamientos fugaces sin venir a cuento. Las encontré en los ratos de ausencia de noticias tuyas, y en las emociones que implosionaron dentro de tí tan rápido, con tanta prisa, y tanta hambre, que pareciera que ibas a morir al día siguiente. Y yo contigo. Parecía que el mundo iba reventar cada minuto, al minuto siguiente.
Demasiada vida, devastación inminente.
Ahí descubrí, entre recuerdo y recuerdo, primero intrusos, luego buscados, porque no me dijiste la verdad y me dejaste atado esa cárcel tuya que era la añoranza de tu cuerpo, tu tacto, tu sabor, tu estudiada dulzura:
Que nunca me quisiste mentirosx de mierda, que nunca me quisiste. Que te gusta mucho un encandilar, y me hacías levitar de amor por aburrimiento y narcisismo puro, puercx.
:)