SAN VALENTÍN, MON ANAMOUR

15.02.2018 00:00
 "Es tan largo el amor, y tan corto el olvido." Creo. 
                                                                             
 
 
 
En esta semana de San Valentín, llena de anuncios con corazones color cereza sobre fondos rosas (vergüenza cromática sin parangón), de parejas que se miran asépticas pero sonrientes a punto de alcanzar el éxtasis de algo mal cortado, de nomeolvides y cadenas con frases que perderán el sentido en breve y palabras clave que mañana no significarán nada, de rosas rojas y claveles en mitad de un frío que pela y un cielo espeso de mal augurio, de mal gusto extremo, en fin, no puedo obviar a todas esas parejas que se fotografían felices cada 5 minutos en todas las redes sociales habidas y por haber, haciendo cualquier estupidez como conducir, comer una tapa infecta que mal dolor te den te la vas a llevar a la boca, o posando en cualquier calle maloliente de la ciudad como si les apeteciera una mierda estar ahí en ese instante, pero sí porque te quiero y contigo feliz en una cloaca. 
 
No obstante, tampoco olvidemos cualquier persona que reniega de las anteriores pero que insiste en hacernos ver a propósito de cualquier grieta donde se puedan colar, de uno u otro modo, más o menos sutil, lo feliz que es con su pareja, el sexo extraordinario que tiene (estos especialmente están pasando por un periodo de abstinencia profundo), la multitud de cosas en común, la amistad y lo jodidamente suertudos que son de haber encontrado esta persona que sin duda no puede tener más virtudes, certificando con el sello oficial de sus complejos en cada imagen o frase su éxito sentimental, su maravillosa elección, su acierto infinito, pero que, no obstante, pronto pasarán a formar parte del cementerio de google drive con suerte y, con mala, gravitarán anónimas por algún ciberespacio sito dentro de una enorme torre informatica y a su vez formarán parte de una de las caras más humanas, frecuentes y satanizadas del amor romántico: el despecho.
 
El despecho, que vendría ser al amor lo que la muerte a la vida, aunque juararía que aún cuesta más aceptarlo a éste que al señor pálido de negro, es esa cosa tan natural y mal vista cuando no lo estamos llevando a cabo o sintiendo nosotros, que por algo somos perfectos, que te hace comportarte como un auténtico ciervo cabreado cuando nos dicen HASTA AQUÍ. Y asumámoslo, si un ser humano es la cosa más lerda que hay sobre la faz de la tierra, un ser humano rabioso es un deshecho sin nada que aportar. 
 
Vamos, que nos han dejado pero te vas a cagar.
 
Bien sea cuando el otro se ha hartado de tus vicios, hábitos y neuras, o porque nunca los abrazó con suficiente convicción aunque te dijera aquello de que le gustan hasta tus defectos, bien sea porque eres gilipollas como todos y sencillamente te la han dado con queso o porque algunas cosas terminan, como terminan los vermuts de mediodía después de medianoche impregnados de olor a alcohol rancio y tabaco y de conversaciones patéticas con confesiones efímeras, el caso es que te dejan y oh, serás hija de la gran puta. 
 
Con qué derecho.
 
Con qué derecho te crees buena gente si no quieres seguir conmigo.
 Y claro, alguien que deja de quererme no puede ser de fiar. Y no puede serlo porque tengo todo el derecho a hacerte infeliz con mis rutinas, obligaciones, esperas eternas, incomprensión, reproches y silencios, ignoradas y presiones, frío y aburrimiento y toda la puta basura que me dejo que llenarían 11 páginas, que para eso un día, hace bastante, dijiste, antes de las mil decepciones y desencuentros, que me querías. 
 
Quédate siempre, falsa. 
 
O dímelo ya, en cuanto te surja la más fugaz brizna de duda.
 
Dime ahora mismo en qué momento te habré inflado los órganos reproductores y te explotarán, me da igual si no lo sabes, adelántate aunque sea irreparable tal confesión porque el pollo que te voy a montar sí que va a marcar un antes y un después, pero no me falles: confiésate sin tener nada claro. O dime en qué momento sencillamente tus proyectos serán otros. 
Recordad siempre que una de las características para ser buena persona es, además de aguantar carros y carretas, es predecir vuestro futuro, también emocional. Ah! ¿Que no lo sabes? Pues has jugado conmigo y ahora te toca carcomerte, perra.
 
Aquí es cuando entran en escena los mil demonios que teníamos adormecidos con la música de un violín mientras nos hacíamos fotos sonrientes para subir a cualquier parte que ahora mismo queremos eliminar. 
 
Pero, ojo, que los mil demonios que una siente por dentro cuando le abandonan son una cosa sanísima y recomendable, siempre y cuando se queden calladitos, pateándote las vísceras o como mucho pateando los tímpanos de tu mejor amiga. Ahí marcaríamos la diferencia. Pero para qué, ¿verdad? Pudiendo hacer sentir culpable a alguien y mantener de ese modo tan rastrero una pizca de atención ¿me lo vas a comparar?
 
Es importantísimo perder la poca dignidad y educación que tenemos, la clase, si es que algún día tuvimos algo, cuando nos dicen "hasta aquí". 
¿Se puede saber qué cojones hacéis mandándole mensajes indirectos al otro cambiando avatares de red social estando súper felices cuando estáis para ingreso directo en la planta de psiquiatría, escribiendo estados de whatsapp en inglés, crípticos y condenadores como si fuerais un apóstol juzgando a la muchedumbre bajo un olivo o contestando mensajes con silencios eternos como si os hubiera absorbido un agujero negro de orgullo? Y este es solo el aperitivo de vuestro periplo hacia los bajos fondos emocionales. 
 
Cuando ya habéis pasado la primera pataleta sin éxito (no entra al trapo y sigue sin volver con vosotros) viene el devuélveme lo que es mío y llévate lo tuyo. YA. 
 
No se puede, por lo visto, contactar tranquilamente, hablar sin un ápice de ira, neutral y asépticamente sobre cuándo y cómo, no. Hay que hacer esperar al otro cuando nos lo demanda, presionarlo cuando desaparece y si nos atrevemos a hablar, hacerlo  como si nos hubiera asesinado a a nuestro perro. ¿Por qué? Porque nos lo debe todo, que por algo nos entregamos desinteresadamente cuando pensábamos que esto era una inversión para toda la vida.
 
Y luego, cuando ya has devuelto aquellos artículos que no usaba nunca y de pronto se volvieron de primera necesidad, cuando ya has visto a esa persona por última vez para decirle que aquí tiene una amiga, cuando cierras la puerta pensando que por lógica pura, con un poco de tiempo, todo volverá a ser cordialidad, viene lo mejor: que te bloqueen en todas las redes sociales, en el whatsapp y hasta nunca, querida, PARA SIEMPRE. 
 
Entonces haces un tour prosoltería, prosincompromiso, proavernuncasesabe, que dura lo que dura "conocer de nuevo a alguien".
 
Y sucede. Y acabas olvidando de nuevo lo mucho que un día hiciste el ridículo y te pones a escribir sobre ello desde este púlpito de superioridad moral, que por algo no tiene filtro. Y te vuelves a enamorar, a volver querer gritar por todas partes lo feliz que eres, y que uy sí esta vez va a ser la buena y pase lo pase te querré porque sí, porque esta es la buena y eso ya lo he dicho, y no haré eso tan feo que hacen los demás cuando se va todo a la mierda.
 
Así que adelante con airear vuestro empalagoso amor por todo el universo virtual o real, como si esta muestra de felicidad te diera un plus de saber llevar tu vida, sin resquicio de soledad, hastío y amargura, porque ya sabemos todos que eso es venenoso, tóxico y contagioso, muy contagioso, y aquí hemos venido más que a triunfar, que por supuesto, a dar lecciones a los demás sobre cómo ser querido, que es la cúspide del éxito. Hacedlo cuanto antes, antes que el despecho el empañe todo, desate todo ese infierno sin luz que albergáis reprimido y alguien os retrate toda la miseria sin filtros.