MOLAR

27.05.2015 19:54

La diplomacia como carta de presentación, esa telita de seda que nos queda a todos tan mona, que nos ofrece un aspecto fino y suave, que nos viste de delicada empatía, que soslaya las impurezas, que nos da una discreta altura, una piel casi transparente que nos hace dulcemente impenetrables, un atril casi invisible que nos hace acogedoramente fríos.

Haga ud. de la diplomacia su modo habitual de relacionarse, hasta convertirla en otra cosa, y disfrute de las mieles de la popularidad:

Ser aparentemente apreciado, reconocido por ese aire de satisfacción que le confiere no decir nunca lo que piensa, como lo piensa, y por ende valorado por su neutral inteligencia, claro que sí.

La seda de la cortesía le permite filtrar todas sus sucias, caóticas e inestables emociones, su verdadero yo vaya, esas que enturbian el pensamiento y la capacidad de análisis, convirtiéndolo así en una mente preclara, lúcida a más no poder, objetiva como una máquina.

Le dará, además, ese aire misterioso de albergar más de lo que tiene realmente. Aprovéchese de ello sin dudarlo.

Alguien lejanamente cercano a quien nunca le van a pedir un favor (dios les libre importunarlo), y que sin embargo, va a gozar de todas las simpatías.

Alguien a quien nunca van a osar a criticar a la cara, porque ud. tiene legión de admiradores que aunque no conozcan realmente el pozo de heces que lo inunda y cómo oscila entre el asco que le dan todos y la más gélida indiferencia, lo van a defender para no ser marginados. O por guapo. Porque, por supuesto, la diplomacia también embellece.

Se empieza por embellecer de seda la pocilga que se tiene por alma (Un alma visiblemente pocilguera, así como la que tenemos todos, pues no), y se acaba siendo un cañón. He visto adefesios dándose baño de piropos sólo por ser archiconocidos por su exquisita y permanente diplomacia, que por supuesto, incluye decir lindezas que no ha pensado ni leyendo la letra pequeña de un rollo de papel de aluminio en un día de gastroenteritis vírica.

Ud. También puede lograrlo en unos cómodos pasos que expongo a continuación:

1. No se deje llevar por sus emociones. Las emociones son radioactividad. Para ello visualice sus emociones como un lugar que se encuentra a unos 90 metros bajo tierra lleno de lombrices, y con la mano de Satanás casi tocando la suya.

2. Una vez desprovisto de la humanidad que le confiere la imperfección, viveza y pasión de sus emociones, siéntase como alguien que está por encima del resto de los mortales. Para ello visualícese en lo alto de un rascacielos inhóspito donde podrá ver al resto del mundo como hormigas. El aire condescendiente le embargará de inmediato.

3. Ensaye conversaciones en su pensamiento sin rastro de sus intenciones o ideas reales. Para ello piense en aquellas personas a las que desea agradar, impresionar o intimidar, dando por hecho que su verdadero yo no es lo suficientemente interesante.

Suerte, aunque no la necesitará.